¿Eres un buen jefe o un gran jefe?

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Las empresas de gran tamaño tienen, normalmente, un puñado de grandes gerentes, varios que son muy capaces, una gran mayoría de personas en la media, algunos mediocres y unos pocos pésimos. Casi todos serán individuos bienintencionados e inteligentes, muchos progresan y cumplen sus expectativas, pero hay demasiados que nunca alcanzan todo su potencial. ¿Por qué?

La respuesta: porque dejan de trabajar en sí mismos. Los cargos con responsabilidades no suelen preguntarse, por ejemplo, si son buenos en su labor o si necesitan mejorar, salvo que la realidad les pille desprevenidos. ¿Cuándo fue la última vez que se hizo usted preguntas similares? ¿En una escala del 1 al 10, qué nota se pondría en su papel de jefe?

Los nuevos gerentes suelen iniciar su carrera, o un nuevo puesto, receptivos a cambiar, sabiendo que al principio les queda mucho por aprender. Pero cuando se asientan, pierden el miedo al fracaso y pueden volverse complacientes. Cada empresa tiene prácticas diferentes, como pueden ser las promociones por edad o las políticas para evitar conflictos, que ayudan a este apalancamiento.

De hecho, muy pocas compañías promueven que sus empleados más experimentados mejoren profesionalmente. Por el contrario, la tendencia es exigir resultados a corto plazo, aunque conseguirlos no implica que esa persona sea realmente eficaz en la gestión. Cuando los jefes de estas organizaciones son cuestionados, queda claro que han dejado de progresar, sencillamente porque no saben cómo hacerlo.

¿Qué hace falta para ser eficaz?

En demasiadas ocasiones, aquellos que ejercen el liderazgo dentro de una empresa no le dan importancia a su propio desarrollo. Pero convertirse en un buen jefe es un proceso de aprendizaje largo y difícil, potenciado sobre todo por la experiencia. Esto es, un esfuerzo que durará años.

Además, este «viaje» es especial porque lo que se aprende no se puede enseñar. La base del liderazgo es conseguir que el trabajo salga adelante dentro de la empresa, así que se trata de crecimiento personal, sin secretos ni atajos. Todo gerente debe aprender estas lecciones por sí mismo, mediante su experiencia como jefe. Pero si no entiende este objetivo lo más seguro es que abandone el aprendizaje («Ya soy lo suficientemente bueno») o que se desanime («No puedo conseguirlo»).

¿Sabe cuál es su meta?

El quehacer diario del responsable de una empresa suele ser desorganizado, muy a su pesar, por lo que le resultará difícil lograr algo más que cumplir en el día a día.

Entonces, para sobreponerse al ajetreo, hay que dar prioridad a lo que es realmente importante, y saber dónde se quiere estar en el futuro. No en vano, dirigir implica ser responsable del desempeño de un grupo de personas.

Siendo un plan sencillo, ponerlo en práctica es difícil, porque, si bien la capacidad para dirigir depende de la responsabilidad de cada cual, se ejerce influyendo en los demás. No sólo decidiendo qué deben hacer, sino teniendo en cuenta la actitud necesaria para conseguirlo. Esto puede lograrse al gestionar el equipo, el entorno y a uno mismo.

Auto gestión

Dirigir empieza por uno mismo, porque nuestra forma de pensar y los valores que conducen nuestras acciones, define cómo nos interrelacionamos con los demás. Lo que los demás vean en nosotros afectará a su trabajo y a su disposición para escucharnos. En función de esto podremos, o no, conseguir su productividad. Dado que esto no se puede lograr siendo «majo» ni «ladrando», en este punto lo fundamental es promover la confianza (como explicamos en una entrada anterior).

Dirigir el entorno

Las políticas de empresa se ven, a menudo, como meros obstáculos, que nos impiden hacer nuestro trabajo; por esta razón muchos jefes nadan contracorriente y van «por libre». Sin embargo estas políticas tienen como objetivo el dividir eficientemente las labores, facilitando que cada división pueda desempeñar independientemente su trabajo con los recursos necesarios.

Un buen jefe entiende que no puede darle la espalda a esta estructura, así que pone todo de su parte para que funcione adecuadamente, ayudando a quien lo requiera y mejorando la comunicación con aquellos a quienes necesita, por ejemplo su superior, cuya labor es hacer que el grupo funcione mejor.

Dirigir el equipo

Las reuniones de trabajo pueden ser un suplicio, pero reemplazarlas por hablar con cada empleado de forma individual supone que estaremos todo el tiempo coordinando al personal. Gestionar a un equipo es diferente de gestionar personas.

De hecho, formar un grupo permite dirigir a los individuos más eficazmente. La clave está en que los objetivos sean colectivos y el trabajo no se quede en una mera cooperación de trabajadores. Por eso es importante promover una cultura de equipo, sus miembros deben saber cuáles son las normas, cómo deben comunicarse y trabajar juntos.

Medir el éxito

Durante el desarrollo profesional nunca hay que desfallecer porque sepamos que aún debemos mejorar. La meta no debe ser la perfección, sino desarrollar las habilidades que nos permiten superar las dificultades. Pero no hay que asumir que esto se consigue por sí solo, dejando pasar el tiempo, es necesario analizar el desempeño individual periódicamente.

¿Cómo empezar?

Sólo se puede mejorar con la propia experiencia: probando, aprendiendo, relacionándonos con los demás y, a veces, sobrepasando nuestra «zona de confort». Si antes de poner en marcha un negocio se prepara un plan de empresa, cuando queremos mejorarnos a nosotros mismos también es necesario una guía con nuestros objetivos y sus etapas intermedias. Siempre podemos pedir la opinión de los demás, y es posible que nuestra propia compañía pueda ayudarnos.

Así que cada día debemos estar preparados para mejorar. Por ejemplo, delegar una tarea que suela hacer por sí mismo; planeando previamente cómo actuar: ¿Quién es la persona adecuada? ¿Qué formación necesita? ¿Qué límites debo poner? Es necesario afrontar nuevos retos, si siempre hacemos lo mismo, será difícil aprender; pero antes de actuar hace falta prever en qué nos va a ayudar ese cambio.

Después es necesario tener confianza y seguir con el plan, y siempre hay que reflexionar sobre el resultado: ¿Qué ha funcionado? ¿He podido hacer algo de otra forma? ¿Cómo lo resolvería normalmente? Para esto es fundamental ser disciplinado y fijarse unas prácticas regulares.

Saber que aún podemos mejorar debe ser un aliciente para convertirnos en lo que queremos ser.

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