«Los sueños no caducan», Susana Cañil #frentealespejo

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Si hay algo que me parece extremadamente peligroso es el exceso de positivismo. Y aunque pueda parecer contradictorio, es una de las conductas más negativas que puede abrazar un ser humano.

Creer que todo es posible, alcanzable y hacedero. Que con desear un objetivo y emplearse a fondo en ese propósito, todo te conducirá inexorablemente a él. Si nos dejamos arrastrar por esa corriente tan de moda en nuestros días (esos gurús de la felicidad, auténticos vendedores de humo y falacias en su mayoría), sólo nos estableceremos en un permanente estado de frustración cuando no alcancemos el objeto de nuestro deseo rápidamente… o nunca.

Debemos de ser realistas y pragmáticos. Hacer examen de conciencia y bucear en nuestro interior hasta conocer con certeza cuáles son nuestras capacidades y dónde radican nuestras debilidades. Todos albergamos talentos ocultos. Todos sin excepción. Y la mayoría de las veces esos talentos afloran cuando la vida te sitúa en serios aprietos.

«El exceso de positivismo sólo conduce a la frustración cuando no se alcanza el objeto de deseo rápidamente… o nunca»

Pero sobre todo, es obligado incluir en la ecuación hasta lo más inesperado. Si vas a escalar una montaña, debes ir preparado con todo lo necesario y hasta con lo aparentemente innecesario. El trayecto será arduo, el camino escarpado, los peligros múltiples e inimaginables y las pérdidas, irremediables. Todo con un fin: coronar la cima. Eso sí, si te sale el Yeti por el camino, te va a tocar improvisar.

La sonrisa, la actitud, la intención y la perseverancia son buenas compañeras de viaje; allanan el camino, pulverizan barreras y predisponen a tu entorno a que todo fluya con buen entendimiento, a fusionar sinergias y forjar alianzas. Pero, por suerte o por desgracia, hay miles de variables ajenas a nosotros que juegan un papel decisivo para que nuestras deseadas aspiraciones no atraquen en el puerto ansiado. Y en muchas ocasiones, más de las que imaginamos, ese desvío del camino es justo lo que necesitamos para conseguir empresas inimaginables, aunque en ese momento nosotros lo desconozcamos.

Comencé a escribir traspasada la barrera de los 40 años. Cuando lo comenté entre mi círculo, hubo reacciones de todo tipo pero, curiosamente, la mayoría de ellas circulaban en la misma dirección; la del escepticismo. ¡Qué pocos creyeron en mí!

Tal vez fueron las negativas las que actuaron como eficaz acicate o es que cada uno aterriza en esta jungla con una configuración predeterminada; unos para ser conformistas y otros para ser camorristas de la vida. Me centré en mi meta, sin prisa pero sin pausa. Conociendo y asumiendo todas mis limitaciones y potenciando todas mis fortalezas. Si bien es cierto que llegó la recompensa, no lo es menos que no lo hizo según mis expectativas.

Voy camino de cinco años desde que comencé en la resbaladiza pero a la vez, maravillosa aventura de la escritura y nada ha sido fácil. La inversión destinada al esfuerzo no cuadra con los dividendos de la recompensa. Ni de lejos he conseguido lo que me proponía, pero he aprendido que, en ocasiones, si el sueño no se deja alcanzar, tal vez hay que cambiar de sueño. Que los sueños no caducan pero que no debemos permitir que les salgan canas. Que es obligado intentarlo, pero jamás convertirnos en coleccionistas de intentos.

«He aprendido que, en ocasiones, si el sueño no se deja alcanzar, tal vez hay que cambiar de sueño»

Las mejores cosas que me han sucedido en la vida han sido el resultado de esas etapas que parecían túneles tenebrosos y sin fin, de aguaceros a traición que te pillan en medio de un descampado y sin paraguas, de macetas de hormigón que aterrizan en tu cabeza mientras paseas tranquilamente por la calle y te sumergen, por un tiempo, en un coma reversible.

Mi balance a día de hoy es que he conseguido una ínfima parte de todo lo que me propuse, aquello que yo creía que era sinónimo de éxito y reconocimiento y sin embargo, metas inalcanzables para mí se han materializado.

A veces, es necesario administrar cafeína a la paciencia y somníferos al entusiasmo, y saber esperar los momentos, las ocasiones y las personas adecuadas. Y llegan. ¡Vaya si llegan!