«Vender sí, pero desde la emoción», Fernando Román #frentealespejo

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Como si existiera el destino, o bien solo por casualidad, la vida me llevó al camino del mundo comercial.

Yo solo elegí la actividad; el sector, el vino, tuve mucha suerte y me encontró a mí.

Al principio, era una carrera: vender, vender y vender. Con palabrería, diría yo. Discursos impostados, hasta tal punto que valían para todos los productos de igual manera. Y transmitiendo una presión desmedida; siempre la venta por delante del resto de la acción comercial.

Se me daba bien. Así que, de nuevo, tuve suerte.

Sin embargo, no me sentía honesto del todo. La competencia me hacía actuar poniendo el objetivo de venta por delante del discurso de la calidad, del estilo; en una palabra, de la personalidad del viticultor y el enólogo llevadas al vino.

«La competencia me hacía primar la venta por delante de la calidad»

Cuando la verdad es que el mundo del vino nos devuelve a esa realidad de la tierra conectada con la humanidad.

Me vino el recuerdo de mi formación (publicidad en la complu), comunicar correctamente y contar su historia: calidad, origen, el estilo.

Cuando la familia Vivanco se cruzó en mi camino, una vez más tuve suerte; en este caso, mucha suerte.

Me hizo pensar en el vino y en su origen. Y siempre he mantenido que fue un hecho más bien vulgar, una consecuencia del cruce de hechos fortuitos. Imagino a una persona que, hace unos 8.000 años, tenía un racimo de uvas dispuesto a comérselo para apagar su sed o su hambre. En ese preciso instante, alguien le debió llamar apresuradamente para que llevara a cabo alguna tarea que olvidó hacer a su debido tiempo. Y nuestro protagonista, para no irritar más de la cuenta a esa persona, ya de por sí contrariada, dejó las uvas en un cubo que tenía a mano, con la esperanza de poder comerlas más tarde.

Pero eso no ocurrió hasta varios días o semanas después. Y durante ese tiempo, las uvas empezaron a fermentar, convirtiendo poco a poco los azúcares en alcohol, al mismo tiempo que el color de ese mosto iba adquiriendo el tono de las pieles, convirtiéndolo en una bebida alcohólica con aromas de la fruta original, la uva, pero con otros nuevos.

Quiero pensar que esa persona, cuando por fin se acordó de sus uvas, corrió desesperado con la firme sospecha de que no podría comérselas. Y se encontró en el cubo una amalgama de líquido y pieles, a todas luces indescriptible, que con el paso del tiempo se habrían puesto malas… ¿Malas?

«El vino nos devuelve a esa realidad de la tierra conectada con la humanidad»

De pronto, en un arranque de valentía que nos ha hecho felices a casi todos sus sucesores humanos, cogió ese cubo con las dos manos, cerró los ojos y se echó un buen trago… Y no le disgustó en absoluto: no en vano había descubierto el vino.

Y es que, siempre pienso que lo más maravilloso proviene de los hechos más cotidianos.

Ya en Vivanco, la historia y la cultura del vino me hicieron llegar el sitio que andaba buscando. Así que sí, claro, me dedico a vender vino. Pero ya no es un ejercicio de oportunidad, es de emoción.


Fernando Román es delegado de la Zona Centro de Vivanco.