«Los autónomos y su ‘conciencia de clase’», Francisco J. De Palacio #frentealespejo

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No descubro ningún misterio si digo que los trabajadores por cuenta propia, los autónomos, los microempresarios, los profesionales freelance, o como queramos llamarlos, componen un colectivo amplio y muy heterogéneo.

A simple vista, parece que poco o nada tiene que ver una doctora, contratada por libre por una compañía aseguradora, con un ebanista; o una notaria –sí, son autónomos– con el dueño de una panadería; o el fundador de una startup supertecnológica con una peluquera.

Sus “día a día”, sus intereses, sus problemas… pueden transcurrir por caminos separados; con formación y aspiraciones aparentemente muy distintas. Sin embargo, me gustaría subrayar la palabra “aparentemente” porque existen multitud de denominadores comunes que les convierten a todos ellos en un colectivo único. Aunque muchos no lo tengan aún interiorizado.

En España hay 3,25 millones de afilados al RETA. Un número que no ha dejado de crecer desde que empezamos a salir de la crisis, a un ritmo de 40.000 más cada año. No hace mucho, los jóvenes universitarios encuestados reconocían que su máxima aspiración era convertirse en funcionarios o trabajar en una gran empresa. Hoy, las tornas han cambiado: más de un 60% asegura que preferiría crear su propio negocio o convertirse en profesional autónomo.

Y ojo, hoy en día por cada 10 hombres que se lanzan a emprender hay 9 mujeres que lo hacen. La irrupción del emprendimiento femenino crece exponencialmente, y pronto las autónomas igualarán en número a los varones.

El trabajo por cuenta propia ha dejado de ser una actividad extraña, ignorada, que se movía en “tierra de nadie”; un limbo a mitad de camino entre lo que supone ser un trabajador, un profesional, y lo que implica ser un empresario. Hasta hace bien poco, el autónomo no era tenido en cuenta ni por los poderes públicos, ni por las entidades financieras, ni por las administraciones, ni por los agentes sociales, que no sabían si éramos carne o pescado.

«El emprendimiento femenino crece como nunca: pronto igualará en número al de los varones»

Poco a poco, el trabajo por cuenta propia, el autoempleo, la microempresa, se ha ido ganando un espacio propio en la sociedad, habida cuenta de que el mercado laboral del siglo XXI ha roto los viejos esquemas del XIX, cuando algunos se empeñaban en que sólo debía existir la tradicional relación patrón-obrero.

Europa, Estados Unidos, y no digamos los países asiáticos, caminan hacia un modelo en el que, por supuesto, hay empresas y trabajadores por cuenta ajena, pero también, y cada vez más, autónomos que eligen libremente trabajar bajo sus propias normas. Para poner en marcha una idea original (o no tanto, pero que satisface una necesidad del mercado), facturando lo que entiende que vale su trabajo –y el mercado está dispuesto a pagarle–, contratando a colaboradores cuando los necesita, distribuyendo su jornada como le parece, explotando sus propios recursos, y ofreciendo sus productos o servicios a cuantos más clientes dispuestos a adquirirlos, mejor.

¿Por qué? Por muchos factores. Uno es porque las empresas no están dispuestas ya a pagar los salarios que ofrecían, y los profesionales tampoco aceptan ya las remuneraciones de tiempos de crisis. Otro, porque muchos millenials valoran poder decidir sobre su futuro y gestionar su tiempo. Además de que las propias empresas prefieren externalizar sus servicios. Y que el talento ya no quiere estar encerrado en una estructura empresarial bajo esquemas anticuados. O porque ahora el mercado demanda servicios ágiles proporcionados por profesionales “digitalizados”. Y porque los gobiernos de todo el mundo ofrecen facilidades al emprendimiento, viendo que ahí radica el futuro económico… Ojo, que hay más.

«El trabajo autónomo ha dejado de ser una actividad extraña, ignorada, en ‘tierra de nadie’»

Los autónomos resurgimos como una fuerza renovada. Y no estaría mal que nos diésemos cuenta de ello. Podemos pensar que hay muchas cosas que nos diferencian. Pero también echar una ojeada a lo que nos une: los mismos problemas de cotizaciones, presión fiscal, trabas administrativas, pegas para la contratación de empleados, morosidad…

Nos une la misma mirada que echamos al mundo cada mañana, cuando comenzamos nuestra jornada, y los mismos ojos cansados cuando volvemos de noche a casa. El mismo miedo al fracaso, la tensión frente al riesgo. Una misma ilusión de ver crecer nuestros negocios, la satisfacción cuando las cosas salen bien, y parecida frustración cuando van peor. Y si todo eso nos une, deberíamos estar, sin duda, mucho más unidos. Cuando lo hagamos, nos daremos cuenta de la fuerza que tenemos.


Francisco J. De Palacio es director de Relaciones Institucionales de la Asociación de Trabajadores Autónomos y consejero delegado del portal Autónomos y Emprendedores.