Hace poco más de dos años tuve el honor de dirigir una publicación de conjunto, que portaba ese título, quizá antecediéndose al proceso secesionista que las autoridades de la Generalitat están intentando materializar en este momento, a pesar de que ello suponga romper con el orden constitucional español, vigente desde el año 1978 y a través del cual se iniciaban los primeros pasos de la llamada –y a veces tan olvidada- Transición Política Española, cuya piedra angular sin duda fue la Ley para la Reforma Política, de 1977.
Lo más curioso es que al hilo de todo ello surjan iniciativas de diversa naturaleza, intentando buscar un encaje de este proceso soberanista en el seno del Estado Español, entre las cuales encontramos aquellas que van desde la aplicación automática del artículo 155 de la Constitución –lo que equivaldría a una suspensión de la autonomía del territorio–, a una reforma parcial de la propia Carta Magna introduciendo en la misma el concepto Nación para Cataluña, lo que obviamente supondría que España pasaría a convertirse en una Nación de Naciones, o lo que es lo mismo: Cataluña nación, Euzkadi nación… pero también lo serían Murcia, La Rioja o Melilla, o ¿acaso sólo podrían serlo unos territorios ahora autónomos, una posible élite territorial, y otros no?
Curiosamente el antecedente más inmediato de todo ello lo tenemos en el tristemente célebre cantonalismo, en la I República Española (1873-1874), que acabó con miles y miles de muertos y en donde la nación Murciana se enfrentaba a la nación de Cartagena, pero también podría ser el antecedente de la liquidación definitiva del Estado Español, tal y como ocurrió cuando la antigua Unión Soviética vino a convertirse en la CEI, o la quiebra de otras históricas organizaciones políticas, como fueron las Provincias Unidas del Río de la Plata o el proyecto de Miranda, la Gran Colombia.
Con todo, y volviendo al tema de proceso separatista catalán, simplemente citar mínimamente algunos aspectos históricos, quizá por el desconocimiento que de ello parecen tener –o, a pesar de conocer, pretenden ocultar– algunos de sus líderes políticos:
? Cataluña, tal y como la conocemos actualmente, nunca ha sido un Estado independiente. En este sentido, más allá de la que fuera llamada Marca Hispánica, en el seno del Imperio Carolingio, la verdadera historia de este territorio –cuyos habitantes, curiosamente, fueron conocidos por los francos como hispaniis, españoles– comienza tras la creación de la Corona de Aragón, en cuyo seno se incorporaron los territorios bajo la jurisdicción del rey de Aragón, desde el año 1164, en tiempos del rey Alfonso II de Aragón, a 1707, cuando el rey Felipe V, por derecho de conquista ante la pretérita sublevación de estas tierras, vino a abolir sus ordenamientos jurídicos regnícolas, en todo o en parte.
A lo largo de aquella trayectoria histórica, fueron incorporándose otras tierras peninsulares o del Mediterráneo, tales como Mallorca, Valencia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles, así como los ducados de Atenas (de 1331 a 1388) y Neopatria (entre 1319 y 1390). Por lo tanto, en el seno de esta Corona se incluían tierras españolas, pero también de otras tierras de Europa. Con todo, fue a raíz de la boda de los Reyes Católicos cuando se materialice el sueño de reyes y cronistas, de contemplar en unas mismas manos los territorios españoles, con la excepción del histórico reino de Portugal. En todo caso hablamos siempre de Corona de Aragón y nunca del término inventado de Paisos Catalans o el de Corona Catalanoaragonesa, los cuales nunca han existido más allá de la mente de algún nacionalista. Dicen que si repetimos mil veces una mentira acabará convirtiéndose en una verdad y en este caso esa invención parece haber cuajado en determinados segmentos poblacionales, con seguridad fruto de la perseverancia interesada de algunos.
? A lo largo de su pertenencia a la Monarquía Hispánica, cabe destacar dos levantamientos de Cataluña contra su legítimo rey. El primero de ellos fue en épocas de Felipe IV, en donde se abrazó como nuevo monarca a Luis XIII de Francia y que terminó con las súplicas de perdón por parte de la Generalitat al rey español, pero con la pérdida de la llamada Alta Cataluña, que pasaría a manos de Francia en virtud del Tratado de los Pirineos. El segundo de ellos, habría de producirse a raíz de la sublevación de la Corona de Aragón contra Felipe V, nuevo monarca español a raíz del último de los testamentos de Carlos II.
En aquellos tiempos, las Cortes Catalanas, tras haber jurado fidelidad como rey al primero de los Borbones, violaron su palabra abrazando –en calidad de rey de España y no exclusivamente del Principado de Cataluña, como también se ha llegado a afirmar– al pretendiente Carlos de Habsburgo, en calidad de Carlos III de España. Fue, sin duda alguna, todo un acto de traición por parte de sus autoridades, que acabaría afectando al conjunto de su territorio, al igual a como ocurrió con Aragón, Baleares o Valencia, aunque no es menos cierto que en el trasfondo de todo ello se encontraban otras potencias europeas, temerosas de que en manos de Felipe V se reuniese la herencia española y francesa, lo que vendría a suponer la recreación de los tiempos de Carlos I, cuando en sus manos se juntaron la Monarquía Hispánica y el Imperio Alemán.
Cierto es que ya en los siglos XIX y XX se vendrían a conocer las primeras manifestaciones del nacionalismo catalán, pero no es menos cierto que en su inmensa proporción lo hacían en el seno de un Estado español, ahora constitucional, que intentaba reconocer aquellas inquietudes territoriales, más que como un enfrentamiento entre Estado central y territorio periférico, que es como se pretende presentar ante la opinión pública.