El mundo es complicado, ya lo sabemos. El problema es que las personas tendemos a dejarnos arrastrar por esa complejidad y a enmarañar aún más el nudo añadiendo nuevas variables a la ecuación hasta hacerla casi irresoluble.
En mi opinión, hay otra vía mucho más eficaz de enfrentarnos a un entorno que supera con mucho nuestra capacidad de entendimiento. Esa fórmula alternativa implica renunciar a intentar combatir la complejidad con más complejidad, una batalla que estamos condenados a perder, para en cambio, tratar de desactivarla desde sus antípodas; es decir, desde la simplificación, dando mucho más valor a lo esencial.
Así es. La única forma posible de encontrar la salida del laberinto de la sobreinformación, los estímulos infinitos y las urgencias permanentes es retrocediendo hasta la casilla de salida, retornando a las bases, al lugar en el que nos aguarda aquello que da sentido a nuestra vida. Como decimos, quizá la única forma de vencer este entorno complejo es dando valor a lo que verdaderamente importa, practicando el esencialismo.
«Los humanos consumimos demasiado tiempo entregados a ocupaciones que no aportan nada o casi nada a nuestro desarrollo o a nuestro bienestar. Un tiempo perdido que nunca regresa y nos aparta de eso que nos moviliza y nos hace crecer como personas».
Pero… ¿qué es exactamente lo esencial? En cada persona se tratará de algo diferente, pero en lo que coinciden todas las casuísticas es en que obliga a un ejercicio de profunda introspección y autodescubrimiento. Se necesita identificar y poner el foco en lo que de verdad importa. Y es que los humanos consumimos demasiado tiempo entregados a ocupaciones que no aportan nada o casi nada a nuestro desarrollo o a nuestro bienestar. Un tiempo perdido que nunca regresa y nos aparta de eso que nos moviliza y nos hace crecer como personas. Eso a lo que a veces llamamos propósito.
¿Cómo escapar de esa vorágine de actividad sin interrupción a la que nos vemos arrastrados por una especia de inercia incomprensible? Todo comienza con pulsar el botón de pausa a esa dinámica de análisis, reflexión y acción en la que tan a menudo nos vemos inmersos. Una parada que nos puede servir para tomar perspectiva y detenernos a contemplar las cosas. Y no solo las que suceden en el exterior, sino también, especialmente, a las que tienen lugar en nuestro interior.
Esa capacidad para asomarse a las profundidades de uno mismo requiere lo que Daniel J. Siegel denomina mindsight, un tipo de mirada que nos ayuda a adentrarnos y a comprender nuestras emociones, sensaciones y, en definitiva, a descubrir lo que de verdad nos motiva y nos empuja a actuar. Volver a los esencial nos permite crecer en autodominio o el autocontrol, cualidades fundamentales para alcanzar una vida plena y de bienestar.
«Volver a los esencial nos permite crecer en autodominio o el autocontrol, cualidades fundamentales para alcanzar una vida plena y de bienestar».
En mi libro Esencial, y también en los programas de formación que imparto en las empresas sobre “esencialismo”, trato de ayudar al lector a identificar (o a “recordar”, porque siempre han estado ahí), esas cualidades esenciales que constituyen nuestra identidad más profunda y verdadera. Un reconocimiento de la propia naturaleza que le permita aceptar al mundo y a sí mismo tal y como son para, desde ahí, trabajar para mejorar su existencia y la de los demás.
Y también, a gestionar mejor el tiempo, las agendas, la planificación, porque el uso en exceso injustificado de tiempo en aquello que no aporta valor resta productividad en los procesos, y afecta a la emocionalidad de los profesionales con su trabajo.
Céntrate en lo que importa. Borra lo que sobra. Practica lo esencial.
Fernando Botella es CEO de Think & Action.