«Si quieres, puedes», Felipe Hita #frentealespejo

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Comencé con el kárate en 1974, y no se me dio mal: cinturón negro en noviembre de 1976, Campeón de Europa en marzo de 1978 y Campeón del Mundo apenas transcurridos seis años desde que me enfundara el primer kimono.

Para ser el hijo del borrachín del barrio tiene su mérito. De hecho, el kárate hizo que algo cambiara en mi vida. Y a mejor.

No sé si la felicidad total existe. Pero con un Campeonato de Europa y varias medallas nacionales e internacionales en mi haber, creía que, por suerte, mi vida había cambiado por completo: viajaba en avión en primera, me hospedaba en hoteles de lujo… Indescriptible.

Salvo que, a principios de los años 80, me diagnosticaron una diabetes. Me hundí literalmente. Y me pregunté otra vez sobre la dicha: ¿será que a mí se me niega la felicidad?

La situación familiar en mi casa fue muy difícil en la infancia: malos tratos, etcétera. Sin más detalles, a los 17 años me tuve que ir de casa, y conviví con todo tipo de personas –de diferente “pelo”–, aunque a esa edad ya tenía claro el camino a seguir.

Cuando me comunicaron lo de la diabetes no podía creerlo. Solo bebía agua, leche… y ni siquiera refrescos con burbujas. Sencillamente, no podía ser.

«El kárate hizo que algo cambiara en mi vida. Y a mejor»

Por coraje seguí obteniendo medallas… y perdiendo peso hasta llegar a los 58 kilos. ¿Os lo imagináis? Con 1,80 de estatura era casi un cadáver andante.

En Asturias, en una final, y al verme sentado de culo por el golpe de un contrario, dos médicos me dijeron que no podía seguir así. Me advirtieron de que envejecería diez años en uno si seguía en la alta competición sin cuidarme. Que echara cálculos, pero que de seguir de aquel modo ya podía ir olvidándome del Mundial, a disputar en noviembre; estábamos en septiembre…

El seleccionador nacional, Antonio Oliva, me dijo que para él yo era imprescindible en el equipo. Que era pieza clave, pero que me necesitaba al cien por cien, y no como estaba en aquel momento.

Comencé una cuesta arriba particular; mi propia travesía del desierto. Empecé a pincharme insulina. Al principio, lo hacía mi madre, a la que iba a ver específicamente. Pero solo, en Barcelona, tuve que empezar a hacerlo yo. Media hora con la jeringuilla en la mano, pensándomelo; me acuerdo: me pincho, no me pincho, hasta que me pinché. Y así he seguido hasta la fecha.

Comencé a entrenar de nuevo al ritmo de la música de la película Rocky, que era y sigue siendo para mí muy motivadora. De hecho, mi hijo y mi nieto también la emplean.

«Logramos ser los primeros campeones del mundo españoles, y yo era uno de ellos»

Llegó el Campeonato del Mundo, y logramos quedar primeros por equipos. Los primeros campeones del mundo españoles, y yo era uno de sus componentes. Como no conocía la enfermedad como ahora, la diabetes me ocasionó una hipoglucemia. Tuve que subir las escaleras que conducen del foso a la pista arrastrándome, porque no podía más. Me hincharon a dulce, y acto seguido y sin apenas recuperación, me tocó salir a pelear contra Maeda. Un luchador japonés, al que creo que hubiese ganado de no ser por el percance con el azúcar. Así que perdí, pero logré la “repesca” y acabé consiguiendo el bronce individual.

Entonces aprendí que tenía dos maneras de afrontar el asunto. O retirarme o aceptar que más que una enfermedad, es un defecto que tienes que controlar tú, y no al revés: la diabetes a ti. Y seguir el camino.

Y mi diabetes y yo viajamos por todo el mundo cosechando triunfos y experiencias.

Si quieres, puedes.


Felipe Hita es profesor de kárate, y atesora en su trayectoria deportiva galardones muy diversos, que puedes consultar en www.rincondeldo.com.