Profesionales, y además empresarios

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Te presentan a alguien en una entrega de premios, una conferencia o una reunión de ‘networking’, y ella o él mismos se autodefinen como abogada/o, ingeniera/o o periodista, siguiendo esa costumbre tan arraigada que tenemos de identificarnos por la profesión que ejercemos. Cuando buscas algo más sobre esta persona, averiguas que esa/e misma/o profesional tiene de bufete, un estudio o una agencia de comunicación en los que trabajaban 6, 8, 10 personas, y que las cosas en su empresa marchan todo lo razonablemente bien que permiten los tiempos actuales.

Pasa el tiempo, e independientemente de como te hayan ido a ti las cosas, resulta que a esta persona las cosas le siguieron yendo bien unos meses; en el sentido de que generaba ingresos que le permitían mantener su ritmo de vida, y que además le gustaba su trabajo. Pero hubo un momento en que las cosas se torcieron. Varias de las personas que trabajaban en el bufete, o el estudio o la agencia se fueron; unas se involucraron en nuevos proyectos empresariales propios y otras pasaron a trabajar con competidores directos. Para colmo, un par de los clientes habituales, que generaban una parte importante de su volumen de negocio dejaron de serlo, y finalmente la empresa tuvo que hacer frente a una serie de pagos e inversiones no previstas, circunstancias que dañaron ostensiblemente su liquidez.

Buenos profesionales

Y ella o él no se explicaban lo que estaba pasando. Se consideraban buenos profesionales. Y lo son; los casos ganados, los proyectos realizados, las apariciones de clientes logradas eran intachables desde el punto de vista técnico, pero pese a todo, las cosas se torcían de manera irremediable. «¿Por qué?», se preguntaban. Era injusto que esto le pasase a un profesional tan responsable como ella o él, repetían una y otra vez. ¿Por qué a otros a los que consideraban, no sin razón, peores profesionales, no les sucedían estas cosas?

Situaciones y preguntas similares se repiten en numerosos entornos profesionales, con arquitectos, diseadores gráficos, dentistas, fotógrafos… todos ellos excelentes profesionales en su actividad, que ven cómo los resultados finales de su trabajo, en términos económicos y de calidad de vida, no cuadran con lo que ellos –y cualquiera, a primera vista– consideran un excelente desempeo profesional.

Un desempeño ambivalente

Y es que lo que la o él abogada/o, ingeniera/o o periodista del principio, y todos los profesionales que trabajan de modo independiente, en lugar de estar asalariados en una gran compañía, tienden a olvidar, es que aparte de ser profesionales son empresarios, y que el buen desempeo de su actividad profesional/técnica es sólo una faceta, que generalmente debería darse por supuesta, y que su desempeño como empresarios, que requiere de una serie de actitudes y aptitudes concretas, tiene un protagonismo fundamental en los resultados finales.

Muchos de estos profesionales se siguen considerando a sí mismos exclusivamente abogados, ingenieros, periodistas, cuando realmente crear y mantener equipos, gestionar recursos, fidelizar clientes y generar negocio son facetas propias de la labor gerencial del empresario, y constituyen las funciones que más inciden en el resultado final.

Algo más que simple papeleo

Lo que debemos de entender es que cuando creamos una S.L. o una S.A. estamos haciendo algo más que formalizar una documentación legal que nos permita operar y desgravar de forma legal. Estamos entrando en el mundo de la empresa, un universo con sus propias técnicas y reglas, mucho menos complicadas de lo que pudiramos creer, pero que en cualquier caso debemos aprender, ya que no sólo ejercemos de profesionales, sino también de empresarios. Tengamos empleados o no.

Reflexionar sobre este hecho y aceptarlo, intentando aplicar los mismos criterios de profesionalidad que se utiliza en su desempeo profesional (técnico) como abogados, ingenieros o periodistas a la gestión empresarial, es algo que su empresa le va a agradecer.